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RELATO ERÓTICO: SILENCIO

Con todas las cosas que quiero decirte… Me quedo sin palabras… Y eso ya lo sabes…
tacones+de+chocolate+blog
Todavía andaba peinándome y mirando tímidamente a ese nuevo espejo. Sin duda los mejores regalos son esos que no te esperas, los que se presentan en forma de canción a las tantas de la madrugada susurrándote al otro lado del teléfono las muchas ganas de verte, de querer estar contigo, de juntar madrugadas y amaneceres… ¿Quién dijo que no era posible? Le miré de reojo y todavía pude verle allí tumbado, asomando el pie entre las sábanas, y ese tatuaje en su tobillo.
Sin duda, hay que aprender a interpretar silencios, de esos que dicen más de lo que puedas imaginarte, de los que te dicen lo que realmente está pasando, no lo que quieres oír. Porque hay muchos hombres que viven de la palabra, aunque no se les de bien, otros que viven del engaño, aunque les pillen, y otros, que viven de la incertidumbre, aunque al final, el letrero que llevan en la cabeza es demasiado evidente. Al final, las mujeres inteligentes les dejan y se quedan con las que piensan que merecen lo poco que puedan darles. Y se creen felices pensando que ellas serán las únicas afortunadas. Una plegaria por sus amores invencibles que todos sabemos, tienen fecha de caducidad. Y ellas, las primeras. Pero por fortuna o por desgracia, el tiempo les dirá si todo lo que han soportado y/o aguantado les ha merecido la pena. En mi humilde opinión, y tal y como me dijo una buena amiga mía: “Quien nace lechón, muere cerdo”.
Como suelen suceder la mayoría de las cosas interesantes, apasionantes y bonitas de la vida, aparecen de repente, cuando pensabas que cogías una puerta que te llevaba al otro lado, te tropiezas con otra que te lleva al lugar al que siempre quisiste llegar. Y me tropecé contigo, con mis ganas y mi ilusión de comprobar que existen hombres que prometen y cumplen lo prometido.
Aquella noche, me estaba esperando en el mismo lugar donde acostumbramos a vernos. Vestida con una gran sonrisa y las expectativas que supone cumplir un día más en la vida de una, toda esa experiencia acumulada, ese brillo especial que da la certeza de no sentirse perdida, de que has dejado atrás lo que no tenía lugar ni sentido en tu vida y por supuesto, sin olvidar todo lo que has aprendido. Lugares que florecen cual primavera, frases que tienen sentido y besos que saben como el amor por primera vez: sin miedo y con pasión.
Allí nos encontrábamos los dos, de nuevo, frente a frente. Y me cogió de la mano, me retiró el pelo a un lado y puso un colgante sobre mi cuello. Otro incondicional amante de los altos zapatos, de ese sonido electrizante que provoca el tacón con el suelo. Regalos que al final dicen demasiado, aunque no queramos escucharlo. Proposiciones que van más allá de la vuelta de la esquina. Intenciones que aunque con algo de vergüenza se excusen en varias copas de más, al final, terminan confesando lo que ya era un secreto a voces: Lo sabes. Yo no me enamoré, a mí, me enamoraste.
A cada paso que dábamos en busca de otro bar que estuviera abierto a cada hora de la noche se había convertido en una aventura de esas que mezclada con la graduación alcoholica, las risas y la nefasta memoria pasadas las tres copas, nos obligaba a guardar en silencio los secretos que nos habíamos confesado tras la barra, testigo de nuestros furtivos besos, de esas intencionadas miradas de las que brotaban el fuego más pasional mucho tiempo atrás olvidado. Empezaba a cansarme, el vestido ya no era todo lo cómodo que resulta recién salido de la percha y a él, la camisa empezaba a sobrarle.
Saqué las llaves del bolso y subimos con sigilo las escaleras hasta la puerta. Abrí y dejé las llaves sobre la mesita de la entrada. Le miré a los ojos tan brillantes que se clavaban en mis labios, Yo me quedé quieta, esperando a su siguiente movimiento. Su mano deslizó el tirante del vestido a un lado. Deslizó el otro tirante hacia el otro lado. Me dio la vuelta y empezó a besarme sin parar el cuello, bajando por la espalda y con sus besos, el vestido, hasta que este, sin más, quedó a mis pies. Eché la cabeza hacia atrás y noté como sus manos dibujaban círculos en mi espalda, en ese mapa que aquella noche iba a descubrir por primera vez. A cada beso, notaba como cada poro de mi piel le pedía calmar sus ansias y cómo, sin premeditarlo, mi agitación iba en aumento, mi respiración se aceleraba y mis gemidos al notar el calor de su boca sobre cada recóndito lugar de mi cuerpo iba saciando, hicieron darme cuenta de que era real y que sin más, allí estaba, arrodillado, a mi merced. Notaba que las piernas empezaban a flaquearme y la cama me llamaba desde el otro lado del tabique.
Me cogió en volandas, me lanzó sobre la cama y terminó por dejarme completamente desnuda, salvo el pequeño colgante en forma de tacón que colgaba de mi cuello, un regalo que era solo el anticipo de lo que vendría después. La sincronización no se hizo esperar y tras caer rendidos, cerré los ojos. Hay días que merecen ser recordados. Hay noches que merecen ser repetidas. Y si además hay motivos para celebrar, mucho más.
Y allí, de nuevo, frente al espejo, con las mejillas sonrojadas, los labios humedecidos y el brillo en los ojos que produce el saber que hay hombres que luchan y luchadores abatidos, me despedí de todos los hombres de mi pasado sabiendo que no por mucho madrugar amanece más temprano. Queridos míos, deberíais daros cuenta, unos más que otros, sobretodo los que cual pinocho piensan que mintiendo les crecerán sus expectativas, que cada uno obtiene lo que merece en la misma medida que ha dado. Aunque os dará igual, el tiempo nos alcanza a todos. Sed felices hoy por si no tenéis tiempo mañana. Pero conmigo ya no. Ya no.
Una voz adormecida me invita a volver a la cama. Tengo que volver, otro regalo más me está esperando. Se ve que he sido muy buena y me he portado bien, aunque quizás, dentro de cinco minutos me toque ser un poco traviesa. Quizás, me quede mucho por aprender, pero puede que ahora, sea el momento de enseñar. Solo eso. Un poco. Nada más.

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Reviewed by Anónimo on julio 29, 2016 Rating: 5

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