RELATO ERÓTICO: HISTORIAS DE OTOÑO
Y mientras le miraba y él hablaba, mi cabeza no paraba de pensar. Su pelo moreno, esa voz de la que incluso con el paso del tiempo me había sido imposible olvidar
Esas manos, sus manos, que echaba de menos, que quería que me rozaran. Su perfume. ¿Cómo olvidarme de ese olor que lograba hacerme perder el sentido, la razón y la poca cordura que ya pudiera quedarme a esas horas de un sábado? ¿Acaso no había algo que no fuera un poco sin sentido? ¿No era la irracionalidad de nuestra situación lo que le daba fuego a nuestra pasión? Quizás, ese tira y afloja, o tira que me lanzo. Te toco sin querer aunque en el fondo quisiera desnudarte, como posiblemente haga cada noche, en mis sueños. Suspiro. Me contengo aunque quisiera desatar ese nudo que aprisiona mi garganta. Cierro los ojos y te espero, como ya hicimos, porque estás ahí, sabiendo que yo se lo que sabes y los dos no decimos nada, porque poco podemos ya decir. No sonrías, que me ruborizo todavía. Eres capaz de acelerar mi respiración con solo una mirada. Pocos de los muchos que he conocido, podría decir que son hombres como tu, porque aprendices de amantes hay a montones, que no dan la talla, que vendieron humo, o que proclamaron ser algo que no son. O que mandaron tributos que sabían no iban a ser recibidos como ellos quieran. ¿Seguimos? Si esas historias, ya te las sabes…
Y es que, cualquiera puede contar relatos, pero pocos hacen historia. ¿Un secreto? Ahora me estoy desnudando lentamente, al compás de esa canción que se que tanto te gusta, mientras sólo tengo encendida esa vela que me regalaste, o que yo te regalé pero que se quedó en mi dormitorio, con la excusa de que algún día vendrías a verla. O a verme a mí. O a las dos. Pero lo cierto es que tiene un olor que me transporta a aquella tarde de mayo. De aquel año. De un día cualquiera. Y recuerdo que pasamos por aquella tienda y vi aquel conjunto. ¿Sabes? Lo compré. Y lo tengo puesto ahora. Se que quieres verlo, así que, ¿por qué no te vienes? Y así, me coges de las manos y me quitas tú cada encaje que tiene, y lo dejas en el suelo, en cualquier esquina. O vas y me llenas esa copa de vino y me invitas a dejarme llevar, a olvidar al resto del mundo que espera que les digamos algo. ¿Y por qué no me echas el pelo a un lado y empiezas a besarme el cuello y me dejas sin aliento? Espero tus palabras como agua de mayo. ¿Ves? Mayo está en todas partes, y nosotros en Octubre. Deberías venir y hacer florecer cada poro de mi piel, porque mis labios están ansiosos por besarte. Y no digas nada. No quiero escucharlo.
Una cama. Dos cuerpos. Tres palabras. ¿Gemimos? No quiero echarlo de menos, quiero volver a vivirlo, de nuevo, aquí, a tu lado. ¿Bailamos? Aunque quizás, sabiendo que eres un hombre de costumbres, quieras repetir. Yo espero impaciente tu llegada. O tu venida. ¿Y si vamos los dos? Tu espalda será el mapa que recorran mis manos, y mis uñas las paradas que hagamos hasta regresar de nuevo. Vuelve a llenar mi copa. Y la tuya. Hay noche para rato y cuerpo para días. Las ganas no se quitan así tan pronto, cuando una ha estado esperando, porque hay hambre de lujuria. Si he de pecar, que sea contigo, porque no me arrepiento y si he de confesarme, encantada cometería como este unos cuantos más. Así que haz que valga la pena.
Esos dedos. ¿Has visto? Mi cuerpo te va hablando lo que necesito en cada instante. Y por ello, cuando tu lengua va impacientándose, yo voy despertando más y más y llegará el momento en el que, tal y como me dices, no responda. Y si no respondo no me llames, simplemente búscame porque me habré perdido en tu cuerpo, aferrándome a tus hombros mientras nuestras bocas se estremecen por ese sabor a fresas, a nueces o a cafés pendientes.
Estas sabanas blancas ya andan por los suelos. Siento, luego resisto. Porque incluso hasta cuando nuestras sombras hacen el amor en la pared, se aferran hasta ser una sola, que se extiende hasta el espejo, donde allí se confunden los sueños con la realidad, tu y yo, yo y tu, apostamos por una noche sin horas, por un despertar de pasión que se engancha a los labios que son devorados, a cuerpos que despiertan, que empiezan a calentarse, que necesitan del viento que producen los movimientos de tus piernas rozando con las mías. Me escurro entre tus manos, porque moldeo mi cuerpo al tuyo. No temas, la cama da para dos.
No hay noche que se consuma ni vela que se detenga. Quedamos atados sin prisas a las cuatro patas de las cama. Descorchemos las ganas que se nos están derramando por los labios mientras estoy despeinando la mirada. Bienvenido a mi historia. Aquí siempre es Otoño, tu cuerpo es bien recibido y por si no te acuerdas (que se que sí) siempre hay una copa esperándote. Hasta dentro de un rato, que te estaré esperando en el mismo punto donde lo dejamos. Porque no hay final sin comienzo. Porque no hay comienzo sin un fin.
Fuente diariodelostaconesrojos
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