UN DÍA CUALQUIERA
Las 20.40, ya queda poco para cerrar. Me levanto de la mesa y me desperezo ruidosamente sin temor a que alguien me pueda escuchar
Solo quedo yo en la oficina. Recojo unos cuantas hojas que hay tiradas por mi mesa y, después, voy hasta el perchero para recoger mi bolso y mi chaqueta. Cierro la puerta de cristal tras mis pasos.
“Un día más que veo marchar”. Pienso entristecida.
Suspiro profundamente. Todo el día entre papeles y llamadas. Más de diez años en la misma mesa y en el mismo puesto de trabajo. Mis ganas por vivir se apagan con cada hora que pierdo ahí sentada pero…
“¿Qué voy a hacer?”, me pregunto para mis adentros.
Ya me queda poco muy poquito para jubilarme, tres añitos nada más… solo tres.
Tan cerca pero a la vez tan lejos…
Suspiro.
Ya sueño con ello. Se acabarían los madrugones y eso de dejarme la vista en pantallas de ordenador. Podré pasar las horas tranquilamente, con mi gato en las rodillas acariciando su lomo mientras ronronea y tomando chocolate caliente delante de mi chimenea. Podré pasar las horas tranquilamente, sin que nadie me grite o menosprecie mi trabajo, sin jefes, sin estrés, sin preciosas mañanas que se convierten en pesadilla…
“No queda tanto, aguanta mujer…”, me digo para darme fuerzas.
Abro la puerta de casa tras la hora y pico que tardo en llegar del trabajo. Entro agotada y me dirijo torpemente hasta el sofá, me siento y me desabrocho las botas.
“Malditos tacones…”.
Resoplo de cansancio mientras me recuesto y dejo caer mis pesados parpados. Sin pensarlo demasiado, me levanto antes de quedarme dormida y camino hacía el baño, me miro unos instantes en el espejo mientras cuento nuevas arrugas y canas por teñir. El silencio envuelve mis pensamientos negativos.
“Estoy vieja, vieja y fea…”.
Repito susurrando mientras me meto en la ducha. Entre la cascada de agua, agacho la cabeza y observo mi figura desde arriba. Sujeto mis pechos en el lugar donde deberían estar y los miro con desilusión. A penas sin fuerzas por el largo día, los dejo en su posición natural y me llevo las manos hacia mi cabello. Cierro los ojos y disfruto de la dulce calidez del agua sin importarme las ondulaciones que van apareciendo en las yemas de mis dedos.
Transcurrido un tiempo inapreciable para mí, salgo de la ducha y me seco sin fijarme en la ajada figura que se refleja en el espejo lleno de vaho.
Dejo el servicio a mis espaldas y, enfundada en mi albornoz, me dirijo hacia la cama. Ya no aguanto tanto tiempo despierta. No tengo ganas ni de cenar.
Me pongo el pijama, apago la luz y me duermo en un instante……
Suena el despertador y estiro mis músculos mientras busco las zapatillas de estar por casa con la punta de mis dedos. Las encuentro bajo la cama y, al ponérmelas, siento… siento como si hubiera entrado en la habitación una bocanada de aire fresco que me envuelve y me alborota el pelo y las cortinas.
Sorprendida, me levanto renovada y con más fuerzas que nunca. Me dirijo al baño y enciendo la luz, la cual tintinea un par de veces antes de iluminarme, y me encuentro con el reflejo de mi imagen en el cristal del servicio. Distraída, continúo mis acciones normales. Abro el grifo para lavarme la cara y despejarme pero enseguida noto que algo es diferente, me froto los ojos para conseguir acostumbrarme a la luz y veo que…
~ Pero, ¡qué diablos!
Me asombro al ver que mis labios concuerdan con los de la jovencita que aparece ante mí. Como si fuera una marioneta muevo un brazo y, el hilo invisible, que me mantiene unida a la chica que hay reflejada en el espejo también mueve el suyo. Me veo a mí misma pero mucho más joven, sin arrugas en mi rostro, sin canas en mi pelo y ¡mi piel está tersa como cuando tenía ventipocos! ¡Estoy impecable de nuevo!
Me desnudo despacio y comienzo a tocar mi piel con asombro para cerciorarme de que es mía. Acaricio mis pechos… están turgentes nuevamente y mi vientre planito vuelve a disfrutar del tacto de mis dedos. Mi piel se eriza al paso de mi tacto y, tras muchos, muchos años, vuelvo a sentir ese cosquilleo que es el previo despertar de la diosa lujuria que todas las chicas atrevidas, liberales y seguras de sí mismas tienen en su interior… Esa diosa llamada Khamira.
Mi pelo vuelve a ser rubio largo e increíblemente me he levantado con él ya peinado… como lo tenía cuando iba a las bodas de mis amigas.
“¿Cómo es eso posible?”, me pregunto sin comprender.
Me muerdo mi carnoso labio…
~ ¡He rejuvenecido cuarenta años! ¡Soy yo! ¡La vida me ha dado otra oportunidad! ¡Yujuu!
Tras un largo instante ante mi “yo” de joven, decido que es mejor aprovechar el tiempo del que dispongo que lamentarme de lo que no me he atrevido a hacer.
“No entiendo porqué estoy más joven… pero, ¡lo estoy!”.
Regreso a la habitación, descorro las cortinas y observo el cielo oscuro y negro como el azabache. Es de noche…
“Debe ser que sólo dormí unas horas desde que llegué a casa del trabajo y me acosté pero… no me siento cansada. Es extraño, muy extraño”.
Me acerco hasta mi armario y busco algo que ponerme. Elijo algo atrevido, algo que me haga sentir deseada. Una falda corta y una blusa fina, no me pongo sujetador por la sencilla razón de que ahora no me hace falta. Esbozo una pícara muesca.
Me cepillo mi melena rubia y me coloreo los labios de rojo fuerte. Al mirarme en el espejo veo que estoy preciosa y… ¡Sexy! ¡Hacía años que no me sentía así!
Bajo a la calle y camino disfrutando de las miradas de los hombres que, a mi paso, me lanzan a estas altas horas de la madrugada. Mis movimientos son gráciles y elegantes, camino erguida deslumbrando con mi cuerpo y sonriendo a todo aquél que creo que se merece ser sonreído.
Mi paseo sin rumbo me lleva hasta un pub del centro. Al entrar, dejo que la música se fusione conmigo aunque… apenas reconozco esos sonidos. Hace una década que no entraba a un sitio así, desde la despedida de soltera de mi sobrina.
“Estaba tan fuera de lugar, yo tan mayor en un sitio de jóvenes… pero hoy no, hoy no desentono”.
Al instante de entrar en el bar, siento una fuerza… la misma fuerza que tenía cuando años y años atrás coqueteaba con chicos recién salidos de la mili. Tan guapos con sus trajes de color verde…
Aquellos recuerdos me vienen a la mente y me hacen sonreír. Ahora veo que la gente viste muy diferente que en mi época pero, aún así, puedo sentir el ardiente deseo que tienen todos por unas buenas curvas de mujer.
“Hay cosas que nunca cambian”, pienso para mí.
Me acerco a la barra y me pido una copa. Comienzo a beber tranquilamente mientras el tiempo pasa. Los camareros me miran extrañados al ver que llevo aquí casi una hora y he pedido varias bebidas… sola, sin compañía.
Siento el calor del alcohol bajar por mi garganta a cada trago, pero también percibo esa sensación de liberación que te da. Mis ojos brillan más y mis ganas por disfrutar se van apoderando de mí poco a poco. Cada minuto que pasa me apetece más coquetear y volver a ser aquella joven que podía conseguir a quien quisiera, aquella joven que no tenía miedo de entrar a un chico que le gustaba, aquella joven decidida que iba y ligaba con quien quisiera sin importarle nada lo que la gente opinara.
Una gotita de sudor comienza a resbalar por mi espalda al levantarme del taburete en el que me sentaba. Me giro y observo a la juventud para buscar a alguien de mi agrado. Alguien al que cautivar, alguien al que enamorar, alguien que me vea tan bella como me siento y que me haga recordar cómo era eso disfrutar del pecado de este cuerpo que Dios me ha dado.
Los destellos de las luces multicolores hacen más difícil de lo que ya es, fijarse en los chicos de la pista. Por fin, observo aparecer a un joven salido como de entre las sombras, más bien dicho es un hombre, por sus facciones duras y sus anchas espaldas. Para mi “yo” de ayer diría que sería muy pero que muy pequeño, para mi yo actual… tiene la edad perfecta.
De venti-muchos a treinta y pocos le echo. Su camisa se estrecha en sus bíceps cuando se acerca la copa a los labios, tiene unos ojos verdes impenetrables, su pelo castaño está moldeado a lo militar, corto por todos los lados, y su descuidada barbita dispara mis latidos. No para de mirarme, es muy descarado. No deja de seguir mis movimientos de cadera con sus ojos y, poco a poco, se va acercando a mí, como si fuera atraído por un imán.
Al llegar a mi altura, se inclina y me susurra…
~Encantado de conocerte.
~ Lo sé ~le respondo.
~ ¿De dónde eres? ~la ligereza del aire que expulsa al hablarme, me eriza los pelillos de la nuca.
~ De aquí.
~ No te había visto antes por este bar, ¿sueles salir por esta zona?
~ No, hace muchos años que yo… ~ rectifico. ~ He estado muy ocupada, hasta ahora…
De repente, pienso en mi trabajo, en qué pensarían mis compañeros si me vieran así, como de verdad soy… Seguro que no me reconocerían.
Por un segundo me siento mayor y cansada…
“¡Malditos recuerdos!” Maldigo para mí misma. “No pienses en eso, no pienses en eso”.
Devuelvo mi mirada hacia él encontrándome con esos ojos verdes que me hacen vibrar como en mi juventud. Rápidamente me olvido del mañana (y del ayer) y me dejo llevar por el día a día, por el carpe diem.
Sigo charlando con él.
~ Tienes unos ojos preciosos ~le digo eliminando parte de la distancia que nos separa.
~ No lo son más que los tuyos ~me responde esbozando una amplia y sensual sonrisa. ~ ¿Te apetece bailar? Quiero sentirte más cerca.
“¡Vaya! ¿Quiere bailar? ¿Sabrá bailar? ¿Recordaré como se baila?”
Sin mi permiso, mis pies dan un cortito pasito hacia él…
~ ¿Cómo de cerca? ~respondo juguetona.
~ Eso lo tendrás que decidir tú.
En cuestión de segundos rodea mi cintura con el brazo que tiene libre, me sujeta con fuerza y me acerca hacia su pecho.
~ ¿Permites hasta aquí?
~ Si… ~contesto mirándole a los labios mientras me muerdo los míos con deseo.
Durante una eternidad nos fundimos en un baile de miradas y de caricias. Mi pelo roza su piel y noto su olor sexy y dulce. Sus dedos comienzan a subir desde mi cintura hacia mi espalda y, una vez allí, dibujan suaves trazos circulares.
Es atrevido, sexy y sabe moverse… Creía que con estas curvas sería yo la que le tendría a mis pies pero, con ese porte, soy yo la que se ha quedado hipnotizada.
Me gira y bailamos agarrados, pasito hacia un lado, hacia otro, una vuelta, dos vueltas… Rio con su forma de ligar, con el tonteo. Transcurren varias canciones y acabamos abrazados, mi mejilla contra la suya, mis pies entre los suyos y nuestras cinturas completamente pegadas.
“¡Uy!” Levanto una ceja sorprendida ¡Hasta ahora no me había dado cuenta!
Estaba tan distraída disfrutando del baile, moviendo mi trasero, acariciando su brazo, que no había notado…
Mmmmm. Pero claro, ahora tan pegados, ¡cómo para no darse cuenta!
Su miembro erecto se marca contra mi cuerpo. ¿Y no le dará vergüenza haberse puesto tan excitado? Claro que… Yo he contribuido con mis sensuales movimientos y roces porque es lo que he venido a buscar… Alguien que me deseé, alguien que me haga recordar el significado del placer. Al sentirle, me acerco más a él y me muevo pegada a su sexo para excitarle aún más. Noto en su rostro de sorpresa cuanto le gusta. Miro hacia arriba al tiempo que él busca mis ojos. Le miro sensualmente mientras me acaricio el labio superior con la lengua… Juguetona y se podría decir que demasiado sensual… pero es que me gusta intentar ponerle nervioso, controlarle, que sepa que aunque yo esté buscando sexo solo lo va a tener cuando yo decida.
Bajo mis manos hacia su pantalón y, lentamente, paso una de ellas lentamente por toda su longitud. Percibo como se ruboriza y cómo su pulso se acelera. Comienzo a reírme interiormente y, a la vez, apoyo mi cabeza sobre su pecho. Mi mano vuelve a recorrer su tronco por encima del pantalón… él me abraza.
Me pongo de puntillas y me acerco a su lóbulo…
~ Si sigo así luego no vas a durar mucho, ¿verdad?
Veo como traga profundamente. Sonrío.
Tras mis palabras, cojo su mano y comienzo a caminar. Salimos a la calle y en menos de dos minutos estamos subidos en un taxi de camino a casa.
Descaradamente, en el asiento trasero del vehículo, me subo sobre él y comienzo a besarlo apasionadamente, él me sigue el ritmo aunque noto que está algo incómodo porque no para de abrir los ojos y mirar hacia el conductor por si nos echa la bronca… a mi no me preocupa ni lo más mínimo.
Tras pagar ese corto trayecto, llegamos a casa, atravesamos la puerta de mi habitación y, antes de que yo pueda pronunciar una palabra, él excitado me empuja hacía la pared, me desabrocha la blusa y comienza a besarme suavemente los labios y el cuello. Escucho su respiración entrecortada mientras me muerde delicadamente.
Uuffff. Me encantan esos cambios de la brusquedad a la ternura.
Me fundo en esa sensación, en la calidez de su piel, y me entrego a sus labios mientras él termina por desvestirme por completo. Desnuda, tomo el control y con urgencia desembocamos en la ducha. A salvajes tirones, le arranco la ropa mientras contemplo su hermoso cuerpo y su piel morena y tersa.
El agua caliente resbala por mi cabello mientras bajo por su pecho hasta arrodillarme ante él. Le miro a los ojos y comienzo a tocarle con las manos su ya totalmente erecto sexo.
El agua cae desde por su espalda para que a mí no me estorbe mientras estoy allí abajo. Me introduzco su miembro en la boca y comienzo a jugar con la lengua, él jadea y echa la cabeza hacia atrás dejándose hacer… Me encanta dar placer a un hombre.
Sigo disfrutando lentamente con su pene. Trabajo hábilmente con las manos y disfruto de su sabor. Sé que lo hago genial a pesar de tanto alcohol que he bebido, su mirada de placer me lo corrobora.
Sigo un poco más mientras disfruto de su imagen hasta que, de repente, me levanta, me pone despaldas en la ducha, me agarra el pelo y me muerde el cuello mientras siento la amenaza de su miembro entre mis nalgas.
~ Te voy a follar cielo, como nunca te lo han hecho antes… ~me susurra entre las gotas de agua.
Cierro los ojos y ahogo un gemido. Un pellizco recorre mi estómago y me lleno de él en pocos segundos. Rítmicamente va y viene mientras se amolda perfectamente a mí.
Intento no resbalarme y me apoyo con fuerza en la pared, noto esa dureza tan dentro… su manera de hacérmelo me excita aún más. Sigue agarrándome del pecho, lo aprieta, acelera, para en seco.
~ ¡Aahh! ¡Aahh!
No se limita solo a penetrarme, utiliza ritmos distintos, niveles de penetración distintas, utiliza sus manos… Sabe cómo hacerlo y me está volviendo loca.
~ ¡Aahh! ¡Aahh!
Su pasión obliga a mi cuerpo a pegarse completamente contra los baldosines de la ducha. Por encima de mi cabeza, lanzo hacia atrás y a tientas, mi mano hasta que toco su cabeza. La coloco tras la nuca y le atraigo hacia mí.
Cuando su rostro está junto al mío, le pido que me lleve a la cama. Él se detiene, me gira hasta quedarnos mirando uno al otro, coloco mis manos alrededor de su cuello y levanto las piernas hasta entrelazarlas en su cintura.
Él, inmediatamente cierra el grifo de la ducha conmigo a horcajadas y, a continuación, se ayuda de sus manos para volver a introducirme su sexo.
~ ¡Aahh!
Al sentirlo, mi cuerpo entero se tensa y le abrazo fuertemente. Mientras camina sujetándome el trasero y, yo, muevo la cadera para seguir gozando.
Salimos del baño y sin ni si quiera secarnos, llegamos hasta mi habitación. Me bajo y ardiente de deseo, le empujo y le tumbo sobre la cama. De un salto me subo a ella y vuelvo a meterme su sexo. Comienzo a cabalgarlo salvajemente, como si fuera mi último polvo, mientras él me sigue embelesando al seguir el ritmo de mis caderas con sus manos sobre mis pechos.
Nos fundimos en ruidosos gemidos mientras me desboco sobre él.
~ ¡Sí, siii! ¡Aahh! ¡Aahh!
Desciendo mi tronco observando su concentración para no correrse. Me lanzo a morderle la boca salvajemente y después me acerco hasta su oreja:
~ No sufras reteniendo más la erección. Quiero que te corras.
Acelero los movimientos de mi cadera. Le miro a los ojos, los cuales están abiertos como platos tras mis palabras y le escucho jadear…
~ ¡¿Ya?! ~le pregunto con lujuria. ~ ¡¿Ya?!
~ ¡Ya! ¡Ya! ~gime para mí como respuesta a mi petición mientras deja caer su cabeza hacia atrás.
Rápidamente, bajo de mi montura y desciendo. Poso una mano sobre sus testículos y la muevo circularmente. La otra la coloco sobre su tronco y la muevo tan rápidamente como puedo. Mis labios se posan sobre su glande y mi lengua juega a su alrededor.
De pronto, sus piernas se mueven espasmódicamente sobre la cama mientras él jadea más y más… hasta que su orgasmo llega hasta mi boca. Yo le miro mientras lo hace aunque al recibir su esencia cierro parpadeo fuertemente.
Al acabar, mi lengua sigue rodeando su sexo. Mmmmm… me encanta su sabor.
Al terminar, me limpio con la sabana retorcida que había a mi lado y subo besando su cuerpo. Al llegar arriba, me tumbo a su lado y miro al techo.
Son casi las seis de la mañana, sigo desnuda y mojada, disfrutando de la brisa que entra por la persiana y que mueve las cortinas. Él gira su cabeza para mirarme mientras yo noto su corazón latir al compás de su respiración.
~ Eres genial, cielo ~me dice.
~ Lo sé ~le contesto.
Se acerca hasta a mí, me abraza cálidamente y, lentamente, caigo en un profundo sueño.…
Me levanto al oír el despertador. Me duele la cabeza por mis continuas jaquecas mañaneras y, estoy cansada, como si hubiera estado de fiesta toda la noche. Me levanto deprisa y voy hacia el baño. Enciendo la luz y me lanzo frente al espejo con unas ganas tremendas de que mi segunda juventud no se haya acabado pero, al llegar hasta él, lamento lo que veo en el espejo. Bajo la cabeza y miro al suelo con desilusión. Soy yo de nuevo, con mi pijama, mis zapatillas y alguna cana más que ayer.
Todo ha sido un dulce sueño, muy real, pero un sueño al fin y al cabo. Vuelvo a ser yo la misma, esa mujer a la que le queda un día menos para jubilarse. Me deslizo hacia la cama y me tumbo boca-arriba rememorando mi sueño y ese chico al que conquisté en una sola noche. Ese joven que me entró en la discoteca y del que estuve enamorado más de treinta años. Ese hombre que, hasta el día de su accidente y de su muerte, me hizo una mujer terriblemente feliz.
Estiro la mano y alcanzo la foto que hay sobre mi mesita de noche. En ella aparece un joven con el pelo corto castaño, con una camisa ajustada en sus brazos y… si la imagen que hay tras el marco fuera a color, sus ojos verdes relucirían por encima de todo.
La atraigo sobre mi pecho, la abrazo y suspiro. Una lágrima desciende por mi mejilla al echar de menos a mi esposo. Nuevamente la separo de mi y, con añoranza, le susurro…
~ Ojalá que esta noche vuelva a soñar contigo.
Te añoro, te quiero.
Escritor: Víctor M. García Barco y María Kibray
“Un día más que veo marchar”. Pienso entristecida.
Suspiro.
“No queda tanto, aguanta mujer…”, me digo para darme fuerzas.
Abro la puerta de casa tras la hora y pico que tardo en llegar del trabajo. Entro agotada y me dirijo torpemente hasta el sofá, me siento y me desabrocho las botas.
“Malditos tacones…”.
Resoplo de cansancio mientras me recuesto y dejo caer mis pesados parpados. Sin pensarlo demasiado, me levanto antes de quedarme dormida y camino hacía el baño, me miro unos instantes en el espejo mientras cuento nuevas arrugas y canas por teñir. El silencio envuelve mis pensamientos negativos.
“Estoy vieja, vieja y fea…”.
Al llegar a mi altura, se inclina y me susurra…
~Encantado de conocerte.
~ Lo sé ~le respondo.
~ ¿De dónde eres? ~la ligereza del aire que expulsa al hablarme, me eriza los pelillos de la nuca.
~ De aquí.
~ Eso lo tendrás que decidir tú.
~ Ojalá que esta noche vuelva a soñar contigo.
Te añoro, te quiero.
Escritor: Víctor M. García Barco y María Kibray
UN DÍA CUALQUIERA
Reviewed by Anónimo
on
agosto 10, 2016
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