Malena, una mujer de fuego
- CAPÍTULO VII
Mi Primera Confesion de Verdad
Mi
Padre me hizo una fiesta por mi cumpleaños en la hacienda. Invitó a todos mis
familiares y
amigos.
Me compré un vestido bonito color cereza. También me compré zapatos del mismo
color.
Estaba lista y no llegaban los invitados. Me olvide que en este pueblo los
invitados vienen
tarde
no como en la capital donde todos vivimos apurados.
Faltaba
dos horas para que los invitados llegaran. Le pedí al chofer que me llevara al
pueblo.
Entré
a la iglesia, El Padre Miguel estaba leyendo en la primera banca de la Iglesia,
me senté a
su
lado.
Malena:
Padre Miguel quiero confesarme y pedirle que me perdone.
Padre
Miguel: ¿Qué paso? Estas bien? Estas pálida.
Padre
Miguel: Ave María Purísima.
Malena:
Sin Pecado concebida.
Padre
Miguel: Dime tu pecado.
Malena:
No es pecado, ya sé porque soy así de sexual, no es culpa mía.
Mi
Madre murió cuando yo nací, y por eso me sentía menos, todos me decían que era
linda
pero
yo me sentía fea cuando me miraba en el espejo. Tenía una llaga en el alma.
Pensaba que
yo
era la culpable de la muerte de mi madre, de la infelicidad de mis hermanos y
de mi Padre
que
nunca dejo de quererme y consentirme.
Pero
sin una madre que me guiara y aconsejara crecí oyendo y sorprendiendo a mi
hermana
teniendo
sexo, a los animales cruzarse. Caballos, toro, burros, perros hasta al gallo.
Mi
padre tenía un genio horrible sin mi madre y ninguna empleada duraba en la
casa. Mi padre
dejo
los trabajos de la hacienda para dedicarse a mí por completo. Me gustaban los
chicos pero
mi padre no dejaba
que nadie se me acercara.
La
primera vez que tuve mi menstruación, me desmaye, pensaba que me estaba
muriendo,
nadie
me dijo lo que me metía que pasar.
Para
encima en la escuela católica nos decían que todo es pecado. Mis instintos
sexuales eran
mucho
mayores que mi conocimiento.
Padre
Miguel, perdón por haberle mostrado mis piernas y mis senos, no sé qué me paso.
La
primera
vez que usted entro en la clase de religión solo vi un chico guapo vestido con
camisa de
sacerdote
y me enamoré.
Pero
eso fue todo, ahora quiero irme tranquila de saber que usted me ha perdonado.
No le he
contado
esto a nadie ni siquiera a mi psicóloga.
Padre
Miguel: No tengo nada que perdonarte, yo también soy culpable por mirarte pero
no
pude
evitarlo.
Malena:
Adiós Padre Miguel, ya no vendré a confesarme.
Padre
Miguel: Porque no terminas de contar todo y te vas en paz, tranquila.
Malena:
No ahora si me va a dar pena, porque lo que experimenté después, es algo que no
creo
que
usted pueda soportar.
Padre
Miguel: Cuando estudié teología vi casos peores que el tuyo, de mujeres
poseídas por el
sexo.
Malena:
Padre Miguel me voy, no me gusta cuando hablan fantasias.
Padre
Miguel: Vendrás a contarme tu primer orgasmo?
Malena:
Lo siento Padre Miguel, me moriría de pena. Es demasiado íntimo.
Me
levante del confesionario y me dirigía a la puerta de la Iglesia. Volteé lo vi
salir un poco
triste
y lo llamé: “Padre Miguel, Padre Miguel”
Malena:
Padre Miguel hoy día es mi cumpleaños y me están haciendo una fiesta, porque no
viene
a la hacienda. A mi hermana y padre le gustaría que nos visite.
Padre
Miguel: Feliz cumpleaños, no creo que pueda ir, gracias de todas maneras.
El
chofer me esperaba fuera de la Iglesia y nos fuimos a la hacienda. Toda la
gente estaba
esperándonos.
Bailamos, tomamos, nos divertimos. Estaba bailando con un chico, moviendo las
caderas
con una canción parecida a las de Shakira cuando note algo detrás de mí, algo
fuerte,
unos
ojos que veían mi cuerpo.
Yo
sabía cuándo alguien me miraba las nalgas, no había un día que yo voltee y no
encuentre a
un
hombre mirándome las nalgas, yo podía sentir esa mirada. Ya lo había
experimentado antes
en
la calle, con los hombres desnudándome cuando caminaba en cualquier sitio.
Los
ojos que me miraban eran del Padre Miguel que había venido a la fiesta. Fui a
saludarlo,
conversamos
de mi carrera y de mi futuro en Estados Unidos. El Padre Miguel no solo era
guapo,
era un hombre culto e inteligente.
Llegó
la noche y todos los invitados comenzaron a retirarse. Mi hermana, Padre y yo
despedimos
al Padre Miguel que se subía a su coche. Le di un beso en la mejilla y le dije
gracias
al oído,
despidiéndome de él para siempre.

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